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PETRA V.1.0

Peces y filosofía

Peces y filosofía Tendría siete u ocho años, cuando un vecino del edificio en donde vivía me regaló dos pececitos. Eran de color naranja. Y comían unas escamas de colores hediondas, Tetramin (recordé el pasaje de los bagres de la Amelie Nothomb en su Metafísica de los tubos, pero esto no tiene nada que ver).

Me lucía con ellos ante mis amiguitas y amiguitos, los tenía en una de esas peceras redondas, con arena y una planta plástica; siempre quise ponerles uno de esos buzos que tiran aire, pero habría que haber evacuado a los peces, aquello habría sido superpoblación. El ambiente acuático de mis mascotas era bien minimal por cierto, eso que mi madre aún no se fanatizaba por el feng shui entonces. Los había colocado en la biblioteca de la casa, eran dos enormes libreros blancos repletos de libros. Al principio estaban a una altura baja, en la "sección" de los libros y revistas de mi hermana y míos, pero debido a la mirada de Benito y sus posteriores intentos por bucear en la pecera, mi madre los colocó a más altura, "sección" libros de filosofía. Más arriba aún, donde yo no llegaba, estaban los libros “para adultos”. Mi máxima aspiración era tener el tiempo suficiente para poder leerlos; pero el colegio, la tv, las amigas, Benito y mis peces naranja me llevaban demasiado tiempo.

Uno de ellos, el más pequeñito falleció a los meses después. Nunca supe porqué, sencillamente ya no estaba un día que volví del colegio. Benito fue el principal sospechoso: una porque sabía estaba celoso de los peces, otra porque era un gato caprichoso y maquiavélico. El asunto es que mi pececito solitario empezó, al cabo de un par de años, a tener comportamientos extraños: Intentos de suicidio. Daba un salto descomunal que lo hacía caer al suelo. Era el colmo, recuerdo, esa época. Mi gato tenía el mal hábito de chupetear la colcha de las camas, trastorno psicológico retroactivo -dijo el veterinario- de un destete temprano. Y, después, el pececito con depresión. Un desastre animal aquello.

Un día, contemplando la belleza de mi pececito con depresión, a esas alturas gordo y con unas manchas negras en su cuerpo, le pregunté a mi madre porqué en los libros que ahí habían no figuraba ninguno escrito por una mujer. Me rectificó diciendo que había uno, y prosiguió con un “si tuviera la bondad” de alimentar al pez deprimido y cambiarle el agua, que ostentaba un color verde y lucía los hilitos que mi pececito excretaba producto del Tetramin. Algo me olía mal, además del agua de la pecera. Pero “mi bondad” era superior.

La medida del tiempo infantil es tan amplia como la imaginación lo permite y la veleidad propia de la edad -que aún pareciera acompañarme en la adultez creo- hizo que olvidara el incidente y la pregunta sobre la “filosofía femenina”. Al menos un período.

Transcurrido un buen tiempo, mi pececito tuvo éxito en uno de sus intentos de suicidio. Lo encontré en el suelo boqueando y no pude salvarlo, Benito ni siquiera osó en acercarse, por ese entonces obsesionado con el canario de mi vecino, el Sr. Calvo. Mi madre me consoló arguyendo de que estaba demasiado viejo y que ese tipo de peces no duraba tanto, que era “su hora”. Mi padre decía que la filosofía le había alargado la vida, a lo que mi madre agregaba -será por eso que se quiere matar el pobre, tanta filosofía lo tiene loco-. La verdad, lamenté la muerte del pez un tiempo, sí, tal vez una hora, o quizás un día entero.

La filosofía tenía directa relación con la vida y muerte de mi pececito depresivo. Era digno de tomar en cuenta y respetar.

Hoy en día no tengo peces. Mi perro -Horacio- también murió, el año pasado de una vejez extrema, pero éste no sabía nada de filosofía. Era un perro psicópata que acabó con mi último intento por tener un gato, animales que adoro a fuerza de antihistáminicos.

Pero sí tengo un par de libros escritos por mujeres, no mucho más la verdad. Es curioso, o quizás las mujeres no estamos para filosofías. Inevitable no hablar de feminismo en el caso de algunas filósofas, no es el caso de “nuestra” Carla Cordua, pero las admiro a ellas, y eso que no saben que tienen el poder de deprimir a un pez.

5 comentarios

Roberto -

Ya llegarás Petra, te tendré en mi biblioteca, en la parte ancha, para poner todos tus escritos y una pareja de carassius auratus para que te acuerdes de los que mirabas en tus cortos años.

juan -

Petra, a mi regreso me he encontrado ese bello relato. Es una maravilla. En estos días pensaba escribir unas historias animalescas (fundamentalmente gatunas y también un poquito acuáticas), aunque no tan tiernas como la tuya. Un gatófilo. J.

v0dk4 -

Primero que todo, me gustó DEMASIADO tu blog, en mala. :)
Segundo, Es verdad que las mujeres nunca se destacan en ciertas cosas, tengo un par de teorías que pueden sonar un poco misóginas a primera vista, pero considero que no es así. :)
No tengo tiempo ni ganas de explayarme.

Salu2!

petra -

Que bueno Zuirdj que pusiste ese link, leí esa entrevista de La Tercera y me dió gusto. Lo del feminismo extremo ya no existe, si ves el link de las españolas que puse, observarás que alguna de ellas lo plantean de un modo muy académico. España es uno de los pocos países en donde el feminismo ha tenido características políticas que han motivado cambios legislativos, por ende, es de suponer que se mantenga esa línea. Aquí en Chile, poseemos otra idiosincrasia y otro modo de ver, y pensar.
Saludos. P.

Zuirdj -

Me había surgido la misma inquietud por las mujeres pensadoras y su feminismo extremo. Por ello destaqué y cité una entrevista a Carla Cordua, destacando su independencia intelectual: http://zuirdj.mapochovalley.cl/archives/2004/Abril/28/mujeres.html

Saludos, Petra!