Sobrevivencia
La idea resultó bien al principio. Sí. Pero al cabo de un par de horas, se había disipado el entusiasmo de crear semejante ilusión. Vaya cómo te mientes. Era tan sencillo, imaginábas que venías llegando por primera vez al país. Habías de pensar que todo era nuevo. Y sí. De repente me vi sorprendida por el aire cálido, la autopista a medio hacer, el señor del taxi que me llevaba por mil pesos al centro de la ciudad.
El señor, en realidad un joven, reflejaba su rostro por el espejo retrovisor. Sus cejas eran profundas, sus pómulos altos y las pestañas gruesas. Tenía un aspecto entre un galán de telenovela y un soberbio cacique. Te estás poniendo "etnista", pensaste, al observar en tanto detalle. Iba conversando con otro cliente que por la misma suma que yo marchaba apurado al centro de la ciudad. Mientras nuestro circunstancial chofer hablaba y hablaba y hablaba sobre las maravillas, lo fenomenal, lo descueve, lo estupendo y súper de unos arreglos hechos en alguna casa al norte del país -supuse la casa de su infancia o anterior residencia-, el copiloto de travesía le interrumpió para comentar la muerte del hijo, de 33 años, del Gato Alquinta, el de Los Jaivas.
Por un momento recordé lo leído, lo visto y lo escuchado, el caos, el miedo, los celulares que sonaban días antes lejos de aquí.
-Pucha que le ha tocado duro a esa familia.. han tenido muy mala racha..- comentó el taxista y prosiguió con su plática albañilera.
Cuando me bajé, el chofer me dio un -que tenga un buen día- y bajé deprisa. Tenía prisa sí. Prisa por no olvidarme que llegaba a un nuevo país. Y sí. La idea resultó bien al principio. Al cabo de la siguiente hora no podía remediar identificar lo ya reconocido, por diecisiete años aprendido. Traté entonces de empezar a pensar en el trabajo pendiente, sí. Eso sí daría resultado. Quedará maravilloso, fenomenal, descueve, estupendo y súper.
Que tengas un buen día.
El señor, en realidad un joven, reflejaba su rostro por el espejo retrovisor. Sus cejas eran profundas, sus pómulos altos y las pestañas gruesas. Tenía un aspecto entre un galán de telenovela y un soberbio cacique. Te estás poniendo "etnista", pensaste, al observar en tanto detalle. Iba conversando con otro cliente que por la misma suma que yo marchaba apurado al centro de la ciudad. Mientras nuestro circunstancial chofer hablaba y hablaba y hablaba sobre las maravillas, lo fenomenal, lo descueve, lo estupendo y súper de unos arreglos hechos en alguna casa al norte del país -supuse la casa de su infancia o anterior residencia-, el copiloto de travesía le interrumpió para comentar la muerte del hijo, de 33 años, del Gato Alquinta, el de Los Jaivas.
Por un momento recordé lo leído, lo visto y lo escuchado, el caos, el miedo, los celulares que sonaban días antes lejos de aquí.
-Pucha que le ha tocado duro a esa familia.. han tenido muy mala racha..- comentó el taxista y prosiguió con su plática albañilera.
Cuando me bajé, el chofer me dio un -que tenga un buen día- y bajé deprisa. Tenía prisa sí. Prisa por no olvidarme que llegaba a un nuevo país. Y sí. La idea resultó bien al principio. Al cabo de la siguiente hora no podía remediar identificar lo ya reconocido, por diecisiete años aprendido. Traté entonces de empezar a pensar en el trabajo pendiente, sí. Eso sí daría resultado. Quedará maravilloso, fenomenal, descueve, estupendo y súper.
Que tengas un buen día.
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