autobuses :: micros :: latas
El bochorno de subirse a un microbus, pagar al chofer y sacar el boleto por la máquina expendedora de boletos, a lo mínimo produce vergüenza, y propia.
A eso sumarle el trauma de viajar apretujado, resguardando los bolsillos, armando una paciencia que en las horas puntas no existe, escuchando la radio mal sintonizada, el humo asfixiante y el montón de lata que porta a los infelices que no sabemos manejar, o no tenemos vehículo, o sencillamente creemos en la locomoción colectiva.
-La culpa es de la mafia de las micros-, dice una señora acostumbrada al ritual de desplazarse por locomoción colectiva; -los pobres choferes van estresados y además les roban- interpela un señor tratando de consensuar la relación fortuita de la espera. Quince minutos después la micro arriba y en un ademán clasico de servidumbre subimos y tratamos de ignorar la infernal experiencia, al llegar a casa trataremos de olvidar.
Y no. No se debe olvidar. El dolor se olvida, la pena se olvida, pero la inoperancia se denuncia, se trabaja, se supera.
No se necesita un servicio de azafatas, ni un hilo musical dentro de un bus; se necesita eficiencia, la misma que se le exige al peatón de arribar a su lugar de trabajo, de llegar temprano a su hogar o de poder aprovechar su tiempo en algo más que no sea darse de narices con el abuso constante.
A eso sumarle el trauma de viajar apretujado, resguardando los bolsillos, armando una paciencia que en las horas puntas no existe, escuchando la radio mal sintonizada, el humo asfixiante y el montón de lata que porta a los infelices que no sabemos manejar, o no tenemos vehículo, o sencillamente creemos en la locomoción colectiva.
-La culpa es de la mafia de las micros-, dice una señora acostumbrada al ritual de desplazarse por locomoción colectiva; -los pobres choferes van estresados y además les roban- interpela un señor tratando de consensuar la relación fortuita de la espera. Quince minutos después la micro arriba y en un ademán clasico de servidumbre subimos y tratamos de ignorar la infernal experiencia, al llegar a casa trataremos de olvidar.
Y no. No se debe olvidar. El dolor se olvida, la pena se olvida, pero la inoperancia se denuncia, se trabaja, se supera.
No se necesita un servicio de azafatas, ni un hilo musical dentro de un bus; se necesita eficiencia, la misma que se le exige al peatón de arribar a su lugar de trabajo, de llegar temprano a su hogar o de poder aprovechar su tiempo en algo más que no sea darse de narices con el abuso constante.
1 comentario
Roberto -
Animo, llegará la eficiencia. (?)