Probablemente en su pueblo se le recordará como cachorro de buenas personas
La noticia ya nos llega como todas las demás, cierta desidia nos embarga con ese tipo de eventos. Le comento y me mira con cara de aburrimiento para decirme que le da lata (=le aburre) el temita. Pues a mí también, le contesto en un tono de qué te crees que si acaso soy de otro planeta, que si acaso no entiendo que es una reverenda lata. Y callo y le cuento del amigo que fue a ver Massive Atack y que le dio mucho frío pero lo gozó, que sólo le falta ver a Radiohead para envejecer tranquilo. Tema que me da el ráting necesario para seguir la conversación: -¿No crees que es importante que se le haya desaforado para hacerle juicio?- insisto. -¿Crees que eso cambiará algo? dime Petra, ¿lo crees?-, me contesta.
Creo en la existencia del átomo y jamás he visto uno: cuestión de fe.
Curioso, pienso. Cuando habían protestas en los años difíciles, me iba de la facultad para evitar el zorrillo que con sus extraños gases me obligaba a andar con el inhalador un mes entero -el asma es muy mala compañía en las revoluciones, es sabido eso- y, además, me hacía correr el rimmel en forma indecorosa. Sin embargo, mi interlocutor era de los que estaban ahí, en la batalla, creyendo que debía luchar por un mundo mejor, acabar con las injusticias y darle al pueblo la dignidad perdida. Y ahora le daba lata el tema. Horror: ha perdido su romanticismo, deduzco en forma histérica y apresurada.
Un reposo claro / y allí nuestros besos, / lunares sonoros del eco, / se abrirían muy lejos. // Y tu corazón caliente, / nada más. F.G.L.
En el colegio de mi infancia catalana tenía compañeros que adherían al liberalismo dogmático y otros al anarquismo puro. Yo seguía algo perseguida con mis ideales postmodernos (todo un adelanto intelectual, vamos). Todo ello perdió sentido en el entorno universitario del Chile aún en dictadura, aunque haya vivido apenas un año de ello. Fue impresionante. La ley: no hablar, ni siquiera mencionar algo de política, podías morir en el intento. Dicha ley obligó a desarrollar un discurso ambiguo, es decir: decir sin decir.
Y el legado continúa.
Se dirá que tenemos / en uno de los ojos mucha pena / y también en el otro, mucha pena / y en los dos, cuando miran, mucha pena... / Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra! C.V.
Creo en la existencia del átomo y jamás he visto uno: cuestión de fe.
Curioso, pienso. Cuando habían protestas en los años difíciles, me iba de la facultad para evitar el zorrillo que con sus extraños gases me obligaba a andar con el inhalador un mes entero -el asma es muy mala compañía en las revoluciones, es sabido eso- y, además, me hacía correr el rimmel en forma indecorosa. Sin embargo, mi interlocutor era de los que estaban ahí, en la batalla, creyendo que debía luchar por un mundo mejor, acabar con las injusticias y darle al pueblo la dignidad perdida. Y ahora le daba lata el tema. Horror: ha perdido su romanticismo, deduzco en forma histérica y apresurada.
Un reposo claro / y allí nuestros besos, / lunares sonoros del eco, / se abrirían muy lejos. // Y tu corazón caliente, / nada más. F.G.L.
En el colegio de mi infancia catalana tenía compañeros que adherían al liberalismo dogmático y otros al anarquismo puro. Yo seguía algo perseguida con mis ideales postmodernos (todo un adelanto intelectual, vamos). Todo ello perdió sentido en el entorno universitario del Chile aún en dictadura, aunque haya vivido apenas un año de ello. Fue impresionante. La ley: no hablar, ni siquiera mencionar algo de política, podías morir en el intento. Dicha ley obligó a desarrollar un discurso ambiguo, es decir: decir sin decir.
Y el legado continúa.
Se dirá que tenemos / en uno de los ojos mucha pena / y también en el otro, mucha pena / y en los dos, cuando miran, mucha pena... / Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra! C.V.
4 comentarios
Roberto -
las letras que nos regalas de él son demoledoras.
Gracias por eso.
petra -
Cariños, P.
Roberto, de mañana en casa de ella -
Joe el Misterioso -